jueves, 16 de febrero de 2012

¿Los uruguayos son más felices?

Entrevista con Martin Urruty, director de la obra Uruguayos

Txt Nicole Baler @nicolebaler


Un muelle de dos por dos. Tres personas: dos hermanos y una mujer tan cercana como desconocida. Alrededor, una nada que por momentos se vuelve protagonista. En Uruguayos, la obra que tuvo su primera temporada en 2011 en Puerta Roja y ahora vuelve en el bellísimo espacio de teatro El camarín de las musas, Martin Urruty propone una historia chiquita con mucho humor y algunos golpes con los que el público se identifica rápidamente.

Todo empieza con una muerte del otro lado del charco. Ismael (Ariel Saenz Tejeira) y Nacho (Pablo Navarro) viajan a Uruguay para tirar las cenizas de su padre al mar. Un padre que dejó todo en busca de tranquilidad y no miró para atrás. Dos hijos que nunca fueron a visitarlo. En el medio una madrastra joven (Noelia Prieto), mucho más joven de lo que ambos hermanos imaginaban. Así, los dos descubrirán una versión de su padre que desconocían y sacarán el polvo a una pila de viejos rencores.

Esta obra es un proyecto autogestionado, ¿cómo fue el proceso de armado para llegar al estreno de la primera temporada en Puerta Roja?

En todo proyecto de autogestión el primer acuerdo y el más importante es de afinidad. Por supuesto que se trabaja en pos de un resultado, que en este caso sería la obra, pero no es eso lo que nos sostiene, sino la afinidad estética en el proceso. Eso le da potencia a la unión. Intentamos crearnos un desafío que nos interese e involucre a todos. Que sean desafíos estéticos en relación con la actuación, la puesta y la producción, también. La autogestión lleva a pensar constantemente los modelos de producción y discutirlos. Es importante el armado de equipos de trabajo que también se apoyen en esa afinidad. Lo que sostiene el proceso de búsqueda en los ensayos es una creencia medio suicida en que las individualidades van a potenciar el todo dando por resultado la aparición de un material que contenga nuestras búsquedas, eso le aporta un sentido al trabajo porque todo lo demás es de una incertidumbre total. Se trata de mucho trabajo y para eso es esencial que el deseo no decaiga: es ahí donde aparecen los acuerdos para mantener vivo al deseo.

¿Cómo llegan a El Camarín de las Musas?
Conocemos a la gente del Camarín por haber trabajado ahí como actores. Simplemente fuimos a verlos para invitarlos a ver una función. Vinieron, les interesó el trabajo y aquí estamos.
¿Qué considerás que tiene para aportar el humor al tratamiento de temas como la tristeza y la muerte como se observa en la obra?
El humor es el dorso de la muerte. Es la única forma de opinar sobre la muerte. Nosotros queríamos evitar la solemnidad por reconocer que si el tema se trata con seriedad se vuelve un golpe bajo. Simplemente el humor aparece cuando, frente a la muerte, las personas intentan encontrar una respuesta. Y en ese caso no hay respuestas. Entonces, las cosas que no tienen respuesta son graciosas. Lo gracioso es la paradoja, la contradicción. Buscar una respuesta a algo que sabemos que no va a aparecer. Es una búsqueda esencial y a la vez imposible. Lo que genera el humor es la conciencia de lo estéril, del sinsentido.
¿De dónde surge la elección de Uruguay como escenario?
Mi relación con Uruguay no pasa por tener algunos amigos uruguayos y haber ido alguna vez. La elección surge porque Uruguay cumple con ciertos aspectos que sentíamos necesarios para la obra: funciona como lugar mítico en el imaginario de algunos argentinos porque se parece a la Argentina pero a la vez circula y se imprime esa noción acerca de que el uruguayo es mejor persona, las playas son mejores, la vida es menos neurótica en su sociedad, el mate lo ceban mejor que nosotros, etc. Lo elegimos como espacio mítico porque sentimos que proyecta esas condiciones: un lugar donde las cosas son mejores, donde se puede ser feliz, cumplir sueños.
Ismael, poquito antes de terminar la obra, dice que los uruguayos son más felices. ¿Qué es lo que creés que alimenta este imaginario colectivo porteño?
No lo sé. Siento que existe el uruguayo como un espejo que nos mejora. Seguramente tiene que ver con que en algún lugar los argentinos nos reconocemos como seres bastante narcisistas y defendemos con cierto orgullo eso como algo constitutivo del ser argentino, que en realidad sería el ser porteño. En los uruguayos, por lo menos los que conozco, se ve cierta parsimonia, cierta humildad y simpleza. Tal vez un uruguayo no defendería eso como un valor. Pero parece ser que hay cierta posible relación entre la simpleza y la posibilidad de felicidad. En Buenos Aires se construye la idea de felicidad en relación con cierto barroquismo complejo. Lo que es evidente es que los porteños tenemos, por rioplatenses, más que ver con un uruguayo que con un habitante de la Quebrada de Humahuaca, por tomar un ejemplo.

Para vos, ¿los uruguayos son más felices?
Partiendo de la base de que en líneas generales tengo una natural desconfianza hacia el concepto de felicidad como algo que se alcanza, no. No creo que necesariamente los uruguayos tengan que ser más felices. Al poner eso en juego opinamos más sobre nosotros que sobre el pueblo uruguayo. Sobre esa necesidad tan nuestra de reflejarnos continuamente en la comparación con ese “otro” que nos construimos. No pongamos a los uruguayos en ese compromiso enorme, pobre gente.

Todos los sábados a las 23.15 en el Camarín de las Musas (Mario Bravo 960). Entrada: $50 y $35 para estudiantes y jubilados.

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