Txt Nicole Baler @nicolebaler
Un
muelle de dos por dos. Tres personas: dos hermanos y una mujer tan
cercana como desconocida. Alrededor, una nada que por momentos se
vuelve protagonista. En Uruguayos,
la obra que tuvo su primera
temporada en 2011 en Puerta Roja y ahora vuelve en el bellísimo espacio de teatro El camarín de las musas,
Martin Urruty propone una historia chiquita con mucho humor
y algunos golpes con los que el público se identifica rápidamente.
Todo
empieza con una muerte del otro lado del charco. Ismael (Ariel Saenz
Tejeira) y Nacho (Pablo Navarro) viajan a Uruguay para tirar las
cenizas de su padre al mar. Un padre que dejó todo en busca de
tranquilidad y no miró para atrás. Dos hijos que nunca fueron a
visitarlo. En el medio una madrastra joven (Noelia Prieto), mucho más
joven de lo que ambos hermanos imaginaban. Así, los dos descubrirán
una versión de su padre que
desconocían y sacarán el polvo a una pila de viejos
rencores.
Esta
obra es un proyecto autogestionado, ¿cómo fue el proceso de armado
para llegar al estreno de la primera temporada en Puerta Roja?
En
todo proyecto de autogestión el primer acuerdo y el más importante
es de afinidad. Por supuesto que se trabaja en pos de un resultado,
que en este caso sería la obra, pero no es eso lo que nos sostiene,
sino la afinidad estética en el proceso. Eso le da potencia a la
unión. Intentamos crearnos un desafío que nos interese e involucre
a todos. Que sean desafíos estéticos en relación con la actuación,
la puesta y la producción, también. La autogestión lleva a pensar
constantemente los modelos de producción y discutirlos. Es
importante el armado de equipos de trabajo que también se apoyen en
esa afinidad. Lo que sostiene el proceso de búsqueda en los ensayos
es una creencia medio suicida en que las individualidades van a
potenciar el todo dando por resultado la aparición de un material
que contenga nuestras búsquedas, eso le aporta un sentido al trabajo
porque todo lo demás es de una incertidumbre total. Se trata de
mucho trabajo y para eso es esencial que el deseo no decaiga: es ahí
donde aparecen los acuerdos para mantener vivo al deseo.
¿Cómo
llegan a El Camarín de las Musas?
Conocemos a la gente del Camarín por haber trabajado ahí como
actores. Simplemente fuimos a verlos para invitarlos a ver una
función. Vinieron, les interesó el trabajo y aquí estamos.
¿Qué considerás que tiene para aportar el humor al tratamiento
de temas como la tristeza y la muerte como se observa en la obra?
El humor es el dorso de la muerte. Es la única
forma de opinar sobre la muerte. Nosotros queríamos evitar la
solemnidad por reconocer que si el tema se trata con seriedad se
vuelve un golpe bajo. Simplemente el humor aparece cuando, frente a
la muerte, las personas intentan encontrar una respuesta. Y en ese
caso no hay respuestas. Entonces, las cosas que no tienen respuesta
son graciosas. Lo gracioso es la paradoja, la contradicción. Buscar
una respuesta a algo que sabemos que no va a aparecer. Es una
búsqueda esencial y a la vez imposible. Lo que genera el humor es la
conciencia de lo estéril, del sinsentido.
¿De dónde surge la elección de Uruguay como escenario?
Mi relación con Uruguay no pasa por tener algunos amigos uruguayos y
haber ido alguna vez. La elección surge porque Uruguay
cumple con ciertos aspectos que sentíamos necesarios para la obra:
funciona como lugar mítico en el
imaginario de
algunos argentinos porque se parece a la Argentina pero a la vez
circula y se imprime esa noción acerca de que el uruguayo es mejor
persona, las playas son mejores, la vida es menos neurótica en su
sociedad, el mate lo ceban mejor que nosotros, etc. Lo
elegimos como espacio mítico porque sentimos que proyecta esas
condiciones: un lugar donde las cosas son mejores, donde se puede ser
feliz, cumplir sueños.
Ismael, poquito antes de terminar la obra, dice que los uruguayos
son más felices. ¿Qué es lo que creés que alimenta este
imaginario colectivo porteño?
No lo sé. Siento que existe el uruguayo como un espejo que nos
mejora. Seguramente tiene que ver con que en algún lugar los
argentinos nos reconocemos como seres bastante narcisistas y
defendemos con cierto orgullo eso como algo constitutivo del ser
argentino, que en realidad sería el ser porteño. En los uruguayos,
por lo menos los que conozco, se ve cierta parsimonia, cierta
humildad y simpleza. Tal vez un uruguayo no defendería eso como un
valor. Pero parece ser que hay cierta posible relación entre la
simpleza y la posibilidad de felicidad. En Buenos Aires se construye
la idea de felicidad en relación con cierto barroquismo complejo.
Lo que es evidente es que los porteños tenemos, por
rioplatenses, más que ver con un uruguayo que con un habitante de la
Quebrada de Humahuaca, por tomar un ejemplo.
Para
vos, ¿los uruguayos son más felices?
Partiendo
de la base de que en líneas generales tengo una natural desconfianza
hacia el concepto de felicidad como algo que se alcanza, no. No creo
que necesariamente los uruguayos tengan que ser más felices. Al
poner eso en juego opinamos más sobre nosotros que sobre el pueblo
uruguayo. Sobre esa necesidad tan nuestra de reflejarnos
continuamente en la comparación con ese “otro” que nos
construimos. No pongamos a los uruguayos en ese compromiso enorme,
pobre gente.
Todos
los sábados a las 23.15 en el Camarín de las Musas (Mario Bravo
960). Entrada: $50 y $35 para estudiantes y jubilados.
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