lunes, 14 de noviembre de 2011

Juego de Grandes

Txt Nicole Baler @nicolebaler / Ph Karen Levin

Timbre 4 surgió en 2001 y se tomó muy en serio eso de que crisis significa cambio: en un ph y una fábrica abandonada construyeron con materiales propios y prestados, como si fueran legos, una máquina de hacer teatro.


En el sótano de un colegio secundario puede organizarse una fiesta o gestarse un reclamo, pero también puede inventarse un teatro casi como en un juego de chicos, como hicieron estos ex alumnos del Mariano Moreno. Algunos años después y con otros tantos que se sumaron al grupo en el camino, repitieron la aventura y juntaron llaves,
maderas y tachos de gasoil, para armar Timbre 4 en el último departamento de un ph en Boedo. “Dijimos `hay que hacer un teatro´, como lo más normal del mundo”, explica Lautaro Perotti, uno de los seis integrantes de la cooperativa que lo dirige, como si armar y desarmar teatros fuera cosa de todos los días.

Con Claudo Tolcachir, Tamara Kiper, Diego Faturos, Maxime Seuge y Jonathan Zak, crearon esta máquina de generar teatro, mientras las fábricas daban sus últimos gritos de subsistencia en plena crisis de 2001. “Teníamos el impulso de hacer un teatro como sea, donde fuera. Este espacio lo hicimos en medio de una debacle mundial gigantesca y no nos detuvimos a pensar si era el momento o no. Había que hacer un teatro, era una necesidad que teníamos”, cuenta la única mujer de este grupo de treintañeros – más, menos- que comanda todas las actividades que ocurren entre la sede de Boedo 640 y la de México 3554.

Este año se estrenaron más de 20 obras, que se programan de martes a domingo, y si es necesario los lunes también, en doble horario. Esa producción a montones es gracias a su propia escuela, que ya suma 600 alumnos, y no sólo forma actores, sino artistas con capacidad de gestar y proponer nuevos espectáculos. 

Si bien hoy llueven notificaciones de eventos por Facebook, cuando arrancó Timbre 4 las formas de difusión eran bastante más precarias. “Tomar un papel y pedir los mails de las personas a la salida del teatro era todo un hallazgo. Mandar un mail era como una osadía”, se ríe Lautaro. Pero la creatividad compensaba la falta de tecnología: “Llamábamos a un programa de radio y nos hacíamos pasar por espectadores recomendando la obra”, cuenta Diego. Esa difusión hormiga llenó la única sala y los envalentonó a romper los límites de ese pasillo. Y las denuncias de prostitución y narcotráfico del dueño del departamento 1 de ese ph les dieron el empujón final. En 2006 empezaron, como boqueteros, a buscar por toda la manzana algún pasillo por el cual entrar al teatro y evitar los reclamos del vecino quejoso. A la vuelta, una fábrica de muebles abandonada en los noventa, fue el hallazgo perfecto para ampliar el espacio y las oportunidades.

Como si siguieran en ese sótano, se bardean, se revolean papelitos y se ríen. Mantienen intactas la curiosidad y las ganas de jugar. “Con el teatro independiente podemos hacer lo que queremos, cómo queremos, seguimos trabajando así por decisión, por conciencia, por deseo. Yo no lo cambio por nada”, dice Tamara. Claudio, quizás el padre más visible de esta criatura por su experiencia como director en obras como Agosto y Todos eran mis hijos, cree que Timbre nació “de las ganas de trabajar sin tener que esperar a ser llamado, de lograr la mayor libertad posible, una libertad que solo da el trabajo”. Y Diego agrega: “Hay algo que tiene que ver también con la autonomía. No esperar a que te convoquen, sino juntarte con gente con la que tenés afinidad y te sentís libre para trabajar – y asegura - el subsidio más importante del teatro independiente es el deseo de quienes lo hacen”.

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