Txt Florencia Dopazo
Las puertas corredizas se separan y comienza
el ruido ensordecedor de la alarma que marca los segundos que quedan para
abordar el vagón. Entonces se eleva el telón imaginario que indica a estos
actores que es el momento en que el show debe comenzar. Una vez abordo,
mezclados entre la gente, comienzas sus sketches con gritos y alaridos, que forman peleas y discusiones. Los
rostros atónitos de los demás pasajeros - que muchas veces tardan varios
minutos en comprender que aquella escena es enteramente ficticia- prueban que el propósito de este grupo de comediantes
queda realizado: sorprender y hacer entretenido el
rutinario viaje en subte.
Hace cuatro años que Jeremías Di Rosa recorre los pasillos de las líneas B y D, mientras realiza sus actuaciones entre la escenografía que
conforman los asientos alargados y los conductos metalizados de los que cuelgan
unas manijas circulares. “Esto es un legado que arrancó hace más o menos diez
años con unos amigos míos, que en su momento necesitaban a alguien para hacer
algunos turnos de laburo y me llamaron. Aprendí
cómo debía manejarme en el subte
y demás, y quise continuar con
esto, por lo que empecé a juntar personas para que trabajaran conmigo”. En esa
búsqueda fue que apareció Giselle Deguisa, cuyo rol mutó de espectadora a
participante, ya que conoció a Jeremías mientras se trasladaba de su hogar a la
escuela de teatro en la que estudiaba; y finalmente, casi dos años más tarde, se
unió Silvia Levy, que se contactó gracias
a las redes sociales.
El escenario no convencional que estos
actores eligen cuenta con beneficios y desventajas. Una de sus particularidades es la irrupción en
la vida de los viajeros, otorgándoles un espectáculo que no pidieron ni
eligieron ver. “Lo que tiene este transporte es que una vez que suben nos
tienen que mirar, por lo menos por una estación no se pueden bajar”, explica un
sonriente Jeremías, que mantiene aquella mueca y agrega: “Los sorprendemos
muchísimo, y sí o sí les cambiamos el viaje”. Además, al inmiscuirse entre la gente, tienen la posibilidad de interactuar
con ellos. “En el teatro no se puede bajar del escenario para hablar con los
presentes, salvo que este pautado. Pero acá
tenemos público por todos lados, hasta en la espalda; el frente varía todo el
tiempo y podemos conectar con ellos”, apunta Silvia del lado de los pros.
Por otro lado, el factor sorpresa que
resulta tan llamativo, puede tener sus contras. Los espectadores involuntarios pueden
molestarse ante la performance que se los obliga a mirar. “Es un porcentaje
menor el de aquellos que lo toman mal. Hay algunos que no saben que estamos actuando,
tardan mucho en caer y se enojan; me han
dicho que soy un machista y un desubicado, que maltrato a las chicas”, cuenta
el integrante masculino, protagonista de numerosos sketches en los que encarna
al novio molesto que pelea con su pareja.
“Lo que más gratificación me da a mi, es sacarle una sonrisa a la gente”, se confiesa Giselle, la más joven del equipo. Más allá de unos pocos fastidiados, la
aceptación del público se evidencia en el semblante de los pasajeros: en aquellos
que interrumpen su lectura por no poder mantener la mirada fija en sus libros, en
los que pierden la lucha contra la seriedad y no pueden evitar reírse, en
aquellos que aún ante la puerta, a la espera de la próxima parada para bajarse,
estiran su cuello para observar la actuación hasta último momento.
Excelente!!
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